Los valientes andan solos.

Publicado en por CINE MIO

 

Uno de GODOJOS - (Zaragoza) os mejores westerns crepusculares donde el héroe —un idealista Kirk Douglas— se resiste al final de su mundo, a reconocer que el Lejano Oeste, ese espacio de conquista, hace tiempo que ha sido borrado. Jack Burns es aquí el individuo enfrentado con la técnica, con coches y aviones, y con las alambradas que cierran prados, con tantas fronteras. Una caricatura de los viejos vaqueros, a quien no le queda más que la amistad o una buena pelea, o la libertad casi a cualquier precio. Lo vemos dando tumbos contra todo lo que ha cambiado.

 

Los valientes andan solos (Lonely are the brave) podría ser hasta un western kafkiano, por lo que tiene de exposición frente a una realidad que muchos asumen sin cuestionarla: el poder entrometido en la vida más íntima, el progreso empeñado en facilitarlo todo, y las cosas que se complican más de la cuenta. Pero el valiente Burns apenas parece preocupado, se mantiene en sus trece, fiel a sus amigos, a su libertad, a su caballo whisky. La inocencia del protagonista, acaso la nuestra.

 

En una película tan pesimista, uno de los mayores aciertos del director y del guionista —el escritor Dalton Trumbo— es afrontarla con humor, casi con una permanente sonrisa, la que se dibuja hasta en los momentos más desoladores, que no son pocos. Kirk Douglas —un actor extraordinario, nadie lo duda— es un intérprete total, capaz de casi todo delante de una cámara. Poco importa que se trate de una pelea, de cantar o de un baile, o aun de dar por sobreentendido un largo diálogo con una mirada. Tal vez con la excepción de Cary Grant, no nos ha dado el cine otro actor tan completo. Aquí no se limita a encarnar a un perdedor, como tantos vistos en pantalla, lo que hubiera sido fácil, sino a mostrar cómo puede uno vivir fuera de su tiempo sin caer en el ridículo, con dignidad. Él sonríe cuando otros nos endosarían un gesto adusto, una mirada triste. Así acentúa la contradicción, y provoca que queramos regresar a este western —como a La pradera sin ley o El último atardecer— para desentrañar lo que encierra su sonrisa, así de humano.

Fuente : Dos cabalgan juntos-Publicado por C. V. Moure

 

 

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